En nuestras vidas de todos los días, parecería que uno precisa de un número limitado de pensamientos que nos mueven en la rutina cotidiana. Esos mismos pensamientos nos hacen vivir como si nos encontráramos dentro de un embotellamiento desde las primeras horas de la mañana y luego, nos hacen volver a casa lentamente con el tráfico en sentido contrario.

Inmerso en el quehacer rutinario, ¿Quién tiene tiempo para pensar? ¿Cuántos de nosotros prestan una real atención a lo que ocurre en los pliegues de nuestra mente? ¿Cuántos fijan su mirada en el flujo incesante de pensamientos que transitan por ella? ¿Quién es, en realidad, el que quiere? ¿A quién obedece nuestra voluntad, o a qué?