'La cooperacción no puede ser neutral'
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Entrevista a Ernest Cañada, fundador de Alba Sud, proyecto de comunicación y desarrollo Centroamericano, por Judith Cobeña i Guàrdia, coordinadora de la Fundación La Roda. Ernest ha trabajado en turismo responsable, prevención VIH, capacitación, cooperación, desarrollo, creación de redes, básicamente desde Nicaragua...
"Estamos en un momento de emergencia planetaria". Esto es lo que piensa Ernest Cañada, un investigador y comunicador social especializado en turismo y desarrollo rural, apasionado por todo lo que se cuece en América Latina y creador en 2002 de Alba Sud, una plataforma asociativa especializada en investigación y comunicación social para el desarrollo.
Tiene 42 años y vive desde el año 2005 en Managua, Nicaragua, desde donde coordina la entidad y colabora con el Grupo de Investigación en Sostenibilidad y Territorio de la Universidad de las Islas Baleares. Es un hombre que se ha construido en la confluencia de dos mundos, el Norte y el Sur. Se define como activo, sensible ante el dolor y el malestar de la gente y comprometido social y políticamente, y afirma que su paso por el mundo de la educación en el tiempo libre, como usuario y como monitor lo ha influenciado mucho en su decisión de dedicarse en cuerpo y alma a la cooperación. Un ámbito en el que, Ernest Cañada está convencido, también se debe escoger de qué lado se está. Con Alba Sud, se ha situado en un modelo de cooperación que lucha por los más desvalidos, contra un modelo económico insostenible y lo que considera como una de las principales amenazas actuales: la desposesión de recursos naturales como el agua, los bosques o la biodiversidad.
— ¿Qué es Alba Sud?
— Un grupo de personas que vivimos entre Cataluña, las Islas Baleares, Nicaragua, Ecuador, México, El Salvador ... y que hemos coincidido en la necesidad de poner en marcha un espacio que ayude a generar opinión crítica con relación a algunos de los principales retos a los que se enfrentan nuestras sociedades: el cambio climático, las nuevas dinámicas económicas derivadas de la globalización o el empobrecimiento de la mayoría de la población.
— ¿Generar opinión para qué?
— Pretendemos ser un espacio de análisis pero también de propuestas que ayuden a los cambios sociales. Nuestra preocupación principal es ver como la mayoría de la población se ve despojada de los recursos y los territorios que posibilitan la vida, y qué podemos hacer para resistir y recuperar un mayor control social y comunitario.
— ¿Y qué podemos hacer?
— Pensamos que la única alternativa real a los procesos de subdesarrollo creciente pasa por ampliar el control social desde abajo en todas las esferas de la vida, para promover, en definitiva, una verdadera democratización.
— ¿Cuál es la situación actual en Centroamérica?
— Centroamérica es una sociedad muy compleja, muy marcada por la violencia y la violación sistemática de los derechos humanos que han dejado un poso de desestructuración social terrible. Nicaragua, con el triunfo de la Revolución Sandinista en 1979 vivió una historia particular, que ayuda a entender todavía algunas diferencias con el resto de países de la región. Pero desde los años noventa la violencia estructural del neoliberalismo ha provocado más pobreza y desvertebración social. De forma paralela Centroamérica pasó de vivir de la agroexportación tradicional a expulsar su gente para trabajar en el exterior y vivir de la explotación de los recursos naturales. Por si fuera poco la presencia creciente del narcotráfico y la organización de bandas en muchos barrios ofrece el escenario de una sociedad muy rota, fragmentada, en la que la gente tiene que hacer un esfuerzo enorme día a día para sobrevivir.
— Un panorama nada esperanzador...
— Uno intenta vivir en medio de todas estas contradicciones y aportar algo, sin creer en la posibilidad real de grandes cambios a corto plazo, pero intentándolo, a pesar de todo. Hay momentos duros, de tristeza e impotencia, pero también de alegría, de conexión con expresiones de una enorme humanidad en personas que siguen comprometidas con un mundo más justo.
— ¿Qué propuestas harías para cambiar las políticas globales de cooperación al desarrollo?
— No hay una sola política de cooperación posible, hay muchas, dependiendo de cómo entendamos las causas del empobrecimiento y la desigualdad y la perspectiva ética y política en que nos situamos.
— ¿Cuál es la tuya?
— Desde mi punto de vista, la discusión no se puede plantear sin tener en cuenta que vivimos un momento de emergencia planetaria, tanto a escala ambiental como social, extremadamente alarmante. El modelo de desarrollo dominante, con sus necesidades de crecimiento económico constante, es insostenible. Socialmente la situación no es mejor: la desigualdad es creciente y el deterioro de las condiciones de vida de grandes sectores de población es impresionante, tanto en los países del Sur como, de forma creciente, en el Norte. Paralelamente asistimos a una reacción brutal de las élites de poder, que acentúan los procesos de acumulación de capital por la vía de la desposesión de recursos que aún están en manos de la mayoría de la población —la tierra, el agua, los bosques, la biodiversidad... —. En este contexto la política de cooperación que nos hace falta es la que se orienta a apoyar a los grupos más afectados por esta dinámica, y a la vez la que contribuye decididamente a la resistencia ante estos procesos e intenta incrementar el control comunitario y colectivo de los bienes comunes.
— Hay que mojarse ..
— La cooperación no puede ser neutral. No tiene nada que ver un modelo de cooperación al servicio de la internacionalización del capital, o que en última instancia intente aliviar los desastres provocados por este modelo de desarrollo, con una cooperación que, a pesar de ser consciente de sus limitaciones, intenta apoyar los colectivos y los Estados que resisten a la desposesión del conjunto de la población. Las dos cosas a la vez no son posibles. Hay que escoger.
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